Ya ha pasado un año, un año desde que fui engañado por dos mujeres, si dos, que si es difícil escaparse de una podéis imaginar lo que ocurre cuando se juntan dos.
Es broma, por supuesto, me dejé engañar, porque la idea me seducía. Correr por la montaña, ummm... no era esto lo que tenía en mente cuando me propuse retomar mi actividad senderística allá por el mes de octubre de 2009, pero, como decía Rubén Blades, “cuando lo manda el destino no lo cambia el más pintao..” , así que, simplemente me dejé llevar.
Hasta el momento me limitaba a salidas “cortas” por Espadán y Peñagolosa, madrugón, mochila, botas y a por ellas. 4 o 5 horitas y en casa a la hora de comer, no era mucho pero a mi me valía mucho, salir casi con el sol y quedarme a solas conmigo mismo rodeado la mayoría de veces de un paisaje perfecto, ir recuperando aquello que dejé olvidado ni siquiera se donde, hace ni siquiera se cuanto.
Pero una fría mañana de enero coincidí con estas dos “locas de la montaña”, saltando de roca en roca y de aguja en aguja y empezó mi perdición.
Volvió a ser otra fría, congelada diría yo, mañana de febrero en la que casi sin saber como, me encontraba frente al refugio de Alfondeguilla, a 6 bajo cero, preguntándome como había llegado yo hasta allí. No sabía que no tendría vuelta atrás, que si empezaba aquella carrera (yo hasta entonces pensaba que sería una caminata más) querría seguir haciendo otra y otra y otra más.
Pero aquella carrera cayó, subí y bajé, y corrí, llevaba un numero en el pecho y aun seguía sin entender nada. Y después de aquella vinieron más, hasta 10, incluyendo una ultra, ¡¡una ultra!!
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